jueves, 17 de agosto de 2023

Museo Nacional de Ciencia y Tecnología del Perú Bicentenario

Este blog es parte de la propuesta que hacemos al Perú en

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El desafío más importante de nuestro tiempo

El reto de poner Museos de Ciencia y Tecnología al alcance de TODOS nuestros niños y jóvenes lo más rápidamente posible exige creatividad, y para innovar en esta área vale la pena recapitular en qué consisten los Museos de Ciencia y Tecnología y qué clase de aprendizajes generan.

Equipar a todas las regiones del Perú con Museos de Ciencia y Tecnología como los de los países más ricos o, por lo menos, del mismo nivel que los de nuestros vecinos latinoamericanos, demandaría un presupuesto de entre 10 y 20 millones de dólares por Museo. El proceso mismo que concluye en la inauguración de UN Museo de Ciencia y Tecnología "tradicional" (de "brick-and-mortar") es tan largo que los tiempos políticos seguirán postergándolos indefinidamente. No queda más remedio que re-descubrir cómo "funciona" un Museo de Ciencia y Tecnología y cómo podríamos facilitar experiencias funcionalmente equivalentes a las que se tendrían visitando uno.

Mi experiencia personal

En 1989 pude visitar muy brevemente la Cité des Sciences et de l'Industrie en París: a pesar de su escala descomunal y el tema al que estaba dedicada -para mí muy novedoso- confieso que no me impresionó; su arquitectura me pareció mucho menos notable que la de otras obras emblemáticas que se construyeron para el Bicentenario de la Revolución Francesa. Lo que sí me fascinó fue el submarino Argonaute que se exhibe a la intemperie en una especie de piscina sin agua.

Cuando descubrí -en algún momento de la primera década del siglo XXI- el Museum of Science and Industry en Chicago, sí dediqué buen tiempo a recorrerlo y recién pude comprender de qué se trata un Museo de Ciencia y Tecnología. No puedo dejar de mencionar que la estrella indiscutida es un submarino alemán de la Segunda Guerra Mundial.

A mi regreso he comentado que me pareció que poder conocer personalmente un artefacto tan fantástico como un submarino era un gran privilegio del que disfrutaban los niños y jóvenes de París y Chicago, a pesar de la gran distancia que separa a París y Chicago de sus respectivos mares.

Para mi sorpresa, mis interlocutores me han informado que en Lima -que sí está junto al mar- también es posible visitar un submarino.

Apenas lo conocí personalmente, concluí que ya teníamos en Perú lo (para mí) “más importante” que puede exhibir un Museo de Ciencia y Tecnología, y sólo nos faltaba rodearlo con artefactos no menos atractivos pero no tan grandes ni difíciles de transportar: locomotoras y aviones, como en la sala cuya imagen más aparece cuando googleamos el Museum of Science and Industry en Chicago.

Compartí esta propuesta en algún foro científico, y así me enteré de que existía algo llamado el Acuerdo Nacional.



En 2002 un grupo de ciudadanos ilustrados y visionarios plantearon, en el marco de la XX Política de Estado del Acuerdo Nacional "Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología", que para el 2016, 5 años antes del Bicentenario, 7 ciudades del Perú habrían puesto a disposición de sus nuevas generaciones sendos Museos de Ciencia y Tecnología:

el 2006, Lima y Arequipa habrían inaugurado los suyos;

el 2011, se habrían añadido los de Piura, Trujillo y Huancayo;

el 2016, Iquitos y Cusco habrían completado la tarea.



http://acuerdonacional.pe/wp-content/uploads/2014/05/Matriz20.pdf

Esta visión optimista y generosa debió ser asumida y liderada por CONCYTEC y la Dirección de Museos de MINCUL, pero nunca fue sugerida a los Gobiernos Regionales en cuestión para su implementación y, como resultado, la Economía Peruana no ha corregido su rumbo ni mejorado su Competitividad.

Cada uno habría costado entre 10 y 30 millones de dólares, inversión que permite un Museo de Ciencia y Tecnología digno como los que ya se han concretado en la mayoría de países de la región;



si semejante cifra estaba fuera de nuestro alcance, el desafío era reformular el paradigma al que nos ha acostumbrado la visita a Museos de Ciencia y Tecnología en la región y en países bastante más ricos: ponernos creativos e innovadores inventando -precisamente- nuevos medios para facilitar a nuestros niños y jóvenes experiencias funcionalmente equivalentes a las que tendrían visitando Museos de Ciencia y Tecnología.

A unos pocos funcionarios públicos les tocaba enamorar a nuestra clase política y a nuestros gobernantes, poniendo en su radar la urgencia de contar con tantos Centros de Cultura Científica y Tecnológica como fuera posible en las regiones del Perú: unos más grandes, otros no tan grandes, pero sin que una sola región siguiera careciendo del suyo. 

Si 2 décadas después de soñada en negro sobre blanco esta red de Museos de Ciencia y Tecnología del Perú NINGUNA región cuenta siquiera con planes para equiparse con algo parecido -y la única oportunidad que tendrían nuestros niños y jóvenes de visitar Museos de Ciencia y Tecnología sigue siendo viajar fuera del país- es por la deserción y la incapacidad de los responsables de promover que se hicieran realidad. 

Nuestra clase política, nuestros gobernantes, nuestros niños y jóvenes siguen desconociendo qué podría aportar al desarrollo del Perú este tipo de instalaciones, y no las reclaman porque tampoco las conocen: como no podemos visualizar de cuánto nos hemos perdido como país por no haber contado con ellas, nadie -ni el Congreso de la República, ni los medios de comunicación- les está exigiendo a los responsables que rindan cuentas por su monumental, catastrófica, imperdonable ineficiencia para generar resultados tangibles, pero tampoco están buscando alternativas todos aquellos que -comenzando con las Universidades y los Colegios Profesionales a lo largo y ancho del país- podrían hacerlo. ¿Nadie en nuestras Universidades y Colegios Profesionales ha tenido la suerte de conocer algún Museo de Ciencia y Tecnología?

Insistimos en que la pregunta más importante que debemos hacernos no es otra que:

¿Cómo recuperar el tiempo perdido lo más rápido posible, al menor costo posible?


martes, 11 de octubre de 2011

Harry Orsos

Artículo publicado en el suplemento "Universo Arte y Ciencia" 
del diario "La Industria" de Chiclayo, Sábado 15 de Octubre 2011
El ex ministro de Economía, Luis Carranza, planteó en la CADE 2010: “Para llegar al primer mundo, necesitamos un país de ingenieros.” Y eso es lo que está en juego cuando un niño o una niña recibe como regalo una pelota, una muñeca, una pistola de juguete…o un “Meccano”

En 1909, el médico norteamericano Alfred Carlton Gilbert solía viajar en tren entre New York y New Haven. En un viaje de ida pasó junto a un grupo de obreros que ordenaban un montón de palos sobre el piso. Al regreso, el montón de palos se había transformado en una torre de alta tensión …y a Gilbert “se le prendió el foco”. 

Pocos años después, el "Erector", un conjunto de pequeñas vigas metálicas perforadas a intervalos regulares que podían conectarse con otras mediante tuercas y tornillos, se había convertido en el juguete que prácticamente todos los niños de su país anhelaban.
Y es que el "Erector", como el “Meccano” inglés, era un juguete que se convertía en casi cualquier otro juguete, y, al hacerlo, transformaba al niño que jugaba con él en un pequeño ingeniero o inventor: con estas sencillas piezas era posible construir torres y puentes iguales a los de verdad, y, agregándoles las poleas, engranajes y motorcitos que Gilbert incluía en los kits, mecanismos un poco más complejos, como grúas, ruedas de Chicago, etc.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, el gobierno estadounidense decreta que todas las fábricas que puedan adecuar sus procesos suministren aquello que el esfuerzo bélico demanda: las ollas y bacinicas son reemplazadas por cascos, las licuadoras y máquinas de coser por ametralladoras, los automóviles y tractores por tanques, y así sucesivamente.

Cuando Gilbert se presentó ante el Concejo Nacional de Defensa para solicitar quedar exceptuado de producir las municiones que le habían asignado, le respondieron que 1) sus utilidades no se reducirían y que 2) estas municiones ayudarían a su país a ganar la guerra, recuperando la paz para todas las familias.
Argumentos nada desdeñables, por cierto, pero Gilbert insistió, y esa Navidad –pese a que la guerra continuaba- cientos de miles de niños norteamericanos encontraron junto a sus chimeneas los juegos de construcción que le habían pedido en sus cartas a Santa Claus. El milagro no se produjo porque a algún militar o político se le ablandó el corazón al imaginar las caritas tristes de esos niños, sino porque los miembros del Concejo Nacional de Defensa se rindieron ante la fuerza de un razonamiento tan ingenioso como inaudito: “si la actual generación de niños estadounidenses no juegan con algo como el "Erector", cuando sean adultos tendrán que comprar sus lavadoras, licuadoras y máquinas de coser, así como sus automóviles y tractores, precisamente a esos países contra los que estamos luchando. Y entonces, aunque en términos militares hubiésemos ganado la guerra, habríamos perdido lo más importante.”

Con eso no se juega

“Necesitamos esas balas con urgencia. Pero el futuro de nuestra posición en la economía internacional es lo más importante. Con eso no se juega”. Quienes autorizaron que la fabricación de estos juguetes no se interrumpiera deben haber concluido algo por el estilo. Fanfarroneaba ese formidable y convincente vendedor que sin duda era Gilbert? Tan decisivo para la competitividad de las naciones es lo que sus nuevas generaciones aprenden por medio del juego?

Aunque solemos imaginar que la Ingeniería simplemente no es posible sin complejas ecuaciones, no es necesariamente mediante ejercicios de razonamiento matemático que se desarrolla la capacidad de proponer soluciones tecnológicas que mejoren la calidad de vida.

La causalidad sugerida por Gilbert, en cambio, no necesita mayor demostración. Resulta bastante evidente que si –a manera de conmemoración del centenario del primer cruce de los Alpes- un porcentaje importante de nuestros niños y jóvenes hubiese construído modelos a escala del elemental aeroplano que piloteó Jorge Chávez en 1910, 
en muy pocos años tendríamos una nueva generación de peruanos en condiciones de diseñar y fabricar artefactos tan sofisticados como, por ejemplo, UAVs (vehiculos aéreos no tripulados, más conocidos por las siglas en ingles de “Unmanned Aerial Vehicles”). 
No importa si a la larga estos aparatos voladores se usan para patrullar las fronteras, detectar cardúmenes de peces, enviar medicinas a lugares apartados, o pollos a la brasa a domicilio: 
el Perú -y vaya si su geografía lo requiere- estaría retomando el desarrollo de su industria aeronáutica, que en la década de 1930 era de las pocas en la región.

Para que en América Latina surjan creadores de productos tecnológicos tan exitosos como los que lanzara al mercado mundial el recientemente fallecido Steve Jobs, nada menos que el mismísimo Bill Gates recomendó -en una entrevista que le hiciera Andrés Oppenheimer en el 2008- despertar la creatividad e inteligencia de nuestros niños y jóvenes con “proyectos que sean divertidos”, como diseñar y construir “un pequeño submarino, o un robot”. 
Bill Gates no aprovechó la pregunta para hacerle un comercial a sus productos. Y ciertamente no es tonto. Si él piensa que así es como se educa una mente como la suya, deberíamos prestar atención.
No es tan difícil imaginar que esta clase de experiencias dispararía el número de jóvenes que eligen dedicarse a la ciencia y a la ingeniería, aumento sostenido que vienen registrando las economías más dinámicas de Asia. De esta manera, a mediano plazo un equipo peruano subiría al podio de los campeones en la carrera de autos solares latinoamericanos “Atacama Solar Challenge” (su primera edición, del 30 de septiembre al 2 de octubre de 2011, fue, como era de esperarse, dominada por chilenos y argentinos; los demás países desaprovecharon la oportunidad para desarrollar su capital humano, y brillaron …por su ausencia).

“¿Por qué autos solares?”

A mi amiga, la Dra. Carmen Arca, no le falta razón cuando sugiere que nuestros jóvenes deberían investigar tecnologías para usar la energía solar “en los lugares alejados de la ciudad, donde ahora se mueren de frío, donde tejer redes eléctricas es costoso y malogra la armonía con el ambiente”. Le cederé la respuesta al ingeniero Laurence Golborne, actualmente ministro de Obras Públicas y hasta Julio de este año titular de las carteras de Energía y Minería del gobierno del presidente Sebastián Piñera: “Quienes hoy toman este desafío son las personas que van a ser los líderes de nuestro país, los líderes que el país necesita en el desarrollo de fuentes de energías renovables para el futuro. Hoy están experimentando, haciendo autos para una carrera, pero lo que están desarrollando es un liderazgo y un conocimiento técnico para el futuro del país”.

Las bendiciones de las que el Perú está repleto han atraído la codicia de nuestros vecinos. Habemos, sin embargo, peruanos que envidiamos la claridad con que la clase política chilena comprende de qué se trata el futuro. Y, como el inventor y fabricante de juguetes norteamericano A. C. Gilbert, qué es lo que verdaderamente está en juego …cuando jugamos.